Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog
El blog de Hector Grave

La mudanza

17 Febrero 2015, 17:27pm

Publicado por Hector Grave

Finalmente llegó el día y como queriendo y no fue hora de mudarnos. Simplemente ya no cabíamos y aunque me jacto de no tener un apego mayúsculo hacia las cosas, la verdad es que la casita que dejamos se ha quedado con una parte de mí para siempre. Fue sin quererlo parte de nuestra familia y como parte de la familia que es, tiene características que amamos y otras que francamente detestamos, pero que al ser familia simplemente aceptamos. Como por ejemplo:

  • La regadera del chorrito pusilánime: que en pleno invierno tanto me hacía mentar madres y que francamente mojaba menos que meada de perro (esto es un decir, gracias a Dios nunca he comprobado qué tanto moja una meada de perro, pero he visto). Diré únicamente que la pendeja regadera esa hacía parecer la manguera del jardín como la fuente del Belaggio.
  • El escusado de mecanismo cilíndrico corrientísimo (sin flotador): que se descomponía de cada 10 a 12 semanas y que debía ser remplazado por un mecanismo igualito, para volverse a putear en un período de 10 a 12 semanas, en un ciclo sin fin que me tenía permanentemente encabronado con los dioses de la tubería hidráulica y que seguramente le pagó la escuela a los hijos de Don Señor el Fontanero, ese que cobra carísimo pero que por ser “de confianza” por alguna pendeja razón seguíamos empleando…
  • La estufa en la que es imposible bajarle a la lumbre: capricho de la Reina Madre de Tlajomulco, que antes de mudarse al Reino quiso que fuera instalada en su cocina. Por algún defecto de fabricación o más seguramente por legítima pendejez en su instalación, la estufa tenía dos modalidades para la lumbre: 1) Apagado y 2) Voy a incendiar la casa con estas putas tortillas.

Felizmente nunca incendiamos la casa.

Y así, dejamos atrás un pedacito de la historia de nuestras vidas. Fue el primer hogar de mis tres hijos. Ahí aprendieron a comer, a caminar, a bañarse, a jugar. Fue refugio, nido, fortaleza y palacio. Fue verdadero hogar, insuperable. Refugio nocturno después de un largo día. Placer matutino al despertar cientos de sábados por la mañana. Plataforma de lanzamiento incontables lunes por la madrugada. Posada y oasis incontables veces también en incontables viernes y fines de semana.

¡Cómo salieron cosas!

Nos mudamos y ni cuenta me di. La Reina Madre de Tlajomulco en cambio lleva estresada con la mudanza aproximadamente seis meses y al día de hoy sigue cobrando víctimas…digo..er…siguen saliendo pendientes. Eso quise decir.

Y cómo sacamos cosas a donar, a tirar, a reciclar. Nada de esto es importante y sin embargo lo noté durante el proceso como hechos de irrelevancia extraordinaria:

  1. Había un cajón en la cocina que comprobó tener más capacidad que la cajuela de un Chevrolet Impala.
  2. Salió cualquier cantidad entre cincuenta y seiscientoscincuenta botecitos de salsa del Pollo Pepe, más o menos.
  3. Dos torres enormes de vasos del Estadio Jalisco, algunos con la imagen de Juan Pablo “El Chato” Rodriguez y de Alberto “El Venado” Medina.
  4. Dos millones de crayolas de todos los restaurantes que dan crayolas en la ciudad.

Salieron también seis botellas de Tequila del día de mi boda Arete Blanco y Arete Reposado con nuestros nombres y la fecha. Le dije muy románticamente según yo a la Reina Madre de Tlajomulco que si las abríamos cuando cumpliéramos diez años de casados. Me miró sin comprender cuál era el punto, como si en vez de tequila bueno fueran botellas de pinchi Pinol que se nos quedaron ahí abajo del lavadero por lo que escuchó mi propuesta más bien como:

“Mi amor, ¿por qué no trapeamos la casa cuando cumplamos nuestras bodas de plata con el Pinol ese que llevamos guardando ahí donde se esconden las arañas más culeras junto a las cubetas viejas, desde la fecha en que firmamos nuestro amor?”

Como no obtuve respuesta me acabaré chingando el conmemorativo tequila en alguna reunión casera de esas improvisadas que se extienden hasta horas extrañas y en las que si no arrasamos también con el Pinol, es porque normalmente no lo encontramos…

Pero no todo fue buen descubrimiento. Salieron algunas cosas viejas y vergonzosas:

  1. Unos discos de Thalia y de Ilse. Si no saben quién es Ilse, les invito a buscar “FLANS” en Google. Si no saben quién es Flans les invito a leer un blog más juvenil…
  2. Cerca de ocho tenedores que son de juegos de cubiertos totalmente distintos entre sí. Supongo venían con otros tantos platos que no reconozco ni recuerdo haber visto nunca.
  3. Unos trajes de baño Speedo. Sip. Así es. Speedo. No recuerdo no haber parecido Zwancito con unos, pero evidentemente alguna vez eso sucedió.
  4. Varios jeans que estoy seguro le vi lucir a Mario López en “Salvados por la Campana” y un chaleco de mezclilla digno de Beverly Hills 90210.

Todo eso y más lo enviamos a donativo. El chaleco se lo modelé a la Reina Madre antes de sacrificarlo. Me limitaré a decir que pocas veces le he visto una expresión de “Pena Ajena” tan profunda y eso, damas y caballeros, cuando se está casada conmigo, es mucho decir.

No. No le modelé los Speedo.

Lo que no me explico es cómo muchas de estas cosas entraron a la casa para empezar ya que me casé felizmente en el 2006 y no en 1992 como muchos objetos sugerían.

El arte de la clasificación y la mudanza

Luego empacamos y empacamos y empacamos y no terminamos. De hecho todavía no terminamos, tenemos la casita anterior a punto de ser entregada y en los clósets lucen pantalones y camisas, unos sleeping bags que no se usan hace décadas, unos cuantos libros, ganchos, bolsas, lentes obscuros, disfraces infantiles y otras tantas cosas que no han encontrado su camino hacia la nueva residencia.

La Reina Madre de Tlajomulco, utilizando conocidísimo y recomendadísimo sistema para la clasificación, el empaque y la feliz mudanza, etiquetó cajas con una leyenda explicativa de dónde tenían que ponerse dichas cajas una vez llegaran a la nueva residencia y además un breve resumen ejecutivo de su contenido. Así por ejemplo, hay cajas que dicen:

“COCINA: cazuelas, sartenes y ollas”

“CUARTO MATEO: juguetes y libros”

“SALA: adornos, floreros y fotografías”

Y todo iba bien hasta que comenzaron a aparecer cajas con la siguiente leyenda/referencia:

“RANDOM SHIT”.

La categoría “Random Shit” asumo se refiere a todo aquello que no cupo en alguna otra clasificación y que - en un arranque muy humano de esos donde uno está al borde del colapso nervioso - termina por echar todo al mismo chingado lado con tal de terminar.

Debo de admitir que me preocupan un poco esas cajas y siguen sin ser abiertas en el nuevo domicilio. Ve tú a saber qué jijos de la chingada salga de ahí. Supongo que “Random Shit” es algo que también podría salir caminando…

Y nos mudamos

Qué arte y oficio el de la mudanza, ¡qué bárbaro! Bajaron un colchón King Size por donde yo ni de pedo hubiera podido hacer caber uno individual, desmantelaron una sala y un comedor en cuestión de dos minutos y vi con mis propios ojos como uno de ellos cargó un “love seat” sin ayuda de nadie para subirlo en dos patadas al camión. En 30 minutos me vaciaron la casa.

Y ahí fue donde me golpeó la realidad.

Me dio nostalgia y quise abrazar la casa que estábamos por dejar. Me dije que no disfruté el último baño que ahí me di. Me dije que nunca le reparé la pendeja gotera esa que año con año se asoma. Me dije que fue buena compañera y le dije sin decirle: gracias. Gracias por todo. Fuiste magnífica, asombrosa, enorme y feliz. Le diste forma a mi familia. Le diste forma a nuestra felicidad. Nos calentaste el hogar.

Luego vi lo que había debajo del refrigerador y detrás de la lavadora – que tenían ocho años sin moverse – y se me acabó el nostálgico amor y quise correr a la chingada de ahí.

Llegamos entonces a la casa nueva.

Y le faltan cosas sí, pero fue una hermosa sorpresa descubrir que lo que calentaba el hogar se mudó con nosotros desde el primer día y la primera noche. Lo que sea que sea esa magia que determina que una casa es hogar y no casa nada más se mudó con nosotros ahí. Y si bien sabía que ahí estaba y se y siempre supe que lo tenía, me fue completamente evidente cuando cruzó por mi mente que quizá, al dejar la casa que nos vio crecer, quizá perderíamos algo que tendríamos que volver a recuperar.

Y no fue así.

En mi nuevo hogar los niños ríen y juegan como siempre y como nunca. Corren y vuelan por los pasillos que les deben de parecer enormes. Sus vocecitas retumban en los techos altos y paredes todavía desnudas. Nada tenía que ver la casa. Ni la anterior. Ni la nueva. Calentó como siempre y más y mejor.

Aclararé que el uso de la palabra “calentar” y todas sus variantes en este último párrafo es un recurso literario, porque en realidad en el nuevo Reino hace un frío que a falta de mejor expresión está francamente: de la chingada. Ese mismo frío me hace dormir mejor y más cerca de la Reina Madre, que ya no lo es más del Reino de Tlajomulco.

¿Quién quiere calefactor teniendo su bultito ahí a la izquierda listo para roncarle al oído? :D

En cuanto a la casa nueva diré únicamente que estoy extasiado con el control que tengo sobre la lumbre de la estufa. Me produce un placer extraordinario cocinar un par de huevos como se debe: a fuego lento.

Héctor Daniel

Comentar este post