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El blog de Hector Grave

El ejercicio democrático

8 Junio 2015, 14:33pm

Publicado por Hector Grave

Fuimos a votar naturalmente. El Príncipe Mateo no entendía por qué si dijimos que íbamos a desayunar lo estábamos arrastrando a un edificio extraño y preguntaba cómo le iban ahí a servir sus Hot Cakes con tocino. Mi Juan Pedro no entendía ni madres pero él iba a donde iba la manada, feliz, brincolín como es él. Bebé Macetas venía en su auto descapotable, tomando el sol, con sus cejitas güeras en posición de “circunstancia”, esas que a mí me decían “ay no mames, ponle la capota a la carreola no seas cabrón” y yo no se la ponía porque me parecía simpatiquísimo verlo manejar el exceso de luz y además pensé que qué bueno que le daba el sol, Vitamina D y todo eso.

La Reina Madre venía con expresión muy democrática, liderando a la tribu al cumplimiento de su deber y haciendo eso que las esposas saben hacer tan bien que es pretender que escuchan todo lo que uno dice sin queja alguna de por medio pero en realidad pensando en las propiedades nutricionales de la Quinoa o tramando quizá cómo hacerme tragar Edamame sin que me diera cuenta....

El que sí venía quejándose era su seguro servidor, como siempre: porque veníamos a media calle, porque pinche gente pasa como si esto fuera carretera, porque pinchi casilla ha de estar hasta la madre, segurito ahorita van a pasar corriendo unos dinosaurios de muchos colores con algo entre sus manitas (manitas, como T-Rex, ¿Get it? Hilarious! ¡JO-JO-JO!), mira nomás este pendejo cómo se estacionó, dejen pasar a ese señor ¿es que no ven que trae una andadera?…en fin.

Todos éramos nuestra mejor versión de nosotros mismos, con la peculiaridad de que yo venía en shorts de cuadritos rojos que en realidad parecían calzones extremadamente grandes y con una cachucha de los California Angels, no confundir con el legendario antro de Guadalajara ese por favor, que no conozco todavía.

Antes de entrar a la casilla mi Mateo hizo una excelente pregunta, porque nadie nos habíamos tomado el tiempo de explicarle: “Mamí, ¿qué es esto de votar?” y la Reina Madre, fiel a su estilo, respondió algo como esto:

“Ah, muy bien Mateo, mira, ya vez que México es un país ¿verdad? y hay Municipios que tienen como Presidentes, así como los Estados, hay muchos Estados. Hace no mucho tiempo tuvimos un nuevo Presidente ¿te acuerdas? Pues nosotros tuvimos que votar por ese señor”

A lo que desde mi lugar en la cola, porque ya caminábamos por la banqueta, contesté con un dejo de indignación:

“No jodas ¡yo no tuve que votar por nadie! ¿O de qué Sindicato somos agremiados? De hecho creo que acabas de explicar de manera magistral todo lo que no es la democracia”.

Me contestó como solo las mejores esposas saben hacerlo: con autoridad.

“Cállate. Le expliqué muy bien.”

Mateo venía mirando las nubes del cielo.

Me hice cargo naturalmente y dije algo como: “Mateo: nosotros, todos los mexicanos, votamos por quien nos va a gobernar. Nosotros escogemos a la gente que nos gobierna”.

Mateo hizo lo que siempre hace cuando viene la parte importante: no me escuchó.

Sobre su cabeza pude ver una nube con unos Hot Cakes con miel y tocino. Y un chocomilk.

A la entrada tuvimos un momento de confusión democrática porque según decía el periódico nuestra casilla tenía, léanlo bien: 17 casillas adjuntas. Es decir, éramos tal raza la que íbamos a votar ahí que tuvieron que dividir el alfabeto en 17 secciones para poderlo manejar. Su servidor votaba en la número 7 y la Reina Madre en alguna que colocaron exiliada en algún patio de servicio con tendederos, porque yo la vi desaparecer entre la muchedumbre, dejándome a cargo de toda la descendencia.

Hice la fila con todo y los Príncipes. Juan Pedro vio un garrafón de agua e hizo lo que a todos los niños de su edad les pasa cuando ven un garrafón: le dio sed. No había conitos. Se regresó muy triste a decirme que estaba del nabo esto de la votación, que por piedad nos fuéramos ya a comer. Le dije que sí, que ya merito. A la entrada de la casilla me tomaron la credencial y yo ordené a mis chicos que se sentaran en el piso muy quietecitos mientras yo hacía lo propio. Se sentaron justo frente a la mesa de los observadores de los partidos. Eran casi todas señoras con cara de necesitar urgentemente una dotación de Metamucil. A Bebé Macetas lo estacioné con todo y freno de mano. Tomé mis boletas, fui a la casilla, vi el lápiz ese con desconfianza mexicana como ninguna y voté.

Voté por quien quise votar. No me sentí ni más satisfecho ni menos satisfecho, ni bien ni nada y pensé en cómo tanta gente la hacía de pedo por “el deber cumplido” y “el valor de la democracia” y tantas otras pendejadas que justo había leído esa mañana. Son valores que comparto, solo que no veo por qué la gente quiera parecer virtuosa por ir a votar. Y miren que yo soy experto en parecer virtuoso sin motivo y mucho más experto en hacerla de pedo…en fin. Cada quien y pensándolo bien, de eso se trata esto de la democracia.

Al salir esperábamos a la Reina Madre en el rayazo del sol ese que en los patios de las escuelas por alguna estúpida razón pega infinitamente más fuerte y se nos acercó una amable funcionaria del INE ataviada con cachucha, mandil y vistoso gafete a invitarnos a “la casilla infantil”. Volteé a verla a la distancia y me dio más hueva que formarme con los niños a que les pinten la cara culerísimamente de Spiderman en alguna fiesta infantil y me hice pendejo como padre profesional que soy.

Hasta que Mateo hizo eso que es mi Kryptonita: me pidió llevarlo y me reventó esa sonrisa invencible que solamente él tiene para mí. Me derretí. “Vamos hijito”. Y fuimos.

“¿Cómo funciona la casilla de niños señor?” le preguntó el Príncipe Mateo a un cabrón bien gandallón como de 19 años con unos como tostones color negro en las dos orejas. Buena onda el “señor” contestó: “¿Cuántos años tienes?”

Mi Mateo con esa desenvoltura que tan orgulloso me pone le dice: “Tengo seis y ya voy a cumplir siete, este es mi hermano Juan, él tiene cuatro”.

Juan Pedro no se queda atrás con su peculiar estilo (quizá ustedes no lo sepan pero mi Juan Pedro habla y pronuncia las “R’s” como los rusos de las películas): “Sí, yo tengo cuatRRRo, voy a cumpliRRR cinco, soy su heRRRmano mediano”.

Me divierte tanto escucharlo que lo felicité desde atrás: “¡Muy bien CamaRRRada Juan!”.

El “señor” les sonríe a los dos, le da a Mateo un cuestionario y lo invita con una crayola a llenarlo. A Juan Pedro le da una hojita y un puño de crayolas. “Tú tienes que dibujar el lugar en donde vives” le dijo el “señor”. Los dos corren a la mesa y se sientan con los otros niños.

A medio cuestionario mi Mateo tuvo una pregunta. No entendía la diferencia entre una escuela pública y una privada. Tuve un momentito de reflexión donde mi hijo no comprende la realidad particular de su condición ni de sus privilegios. Hice una nota mental paterna. Le pusimos su edad y comenzamos a responder preguntas con “si” o “no”. Algo así:

Pregunta: “¿Tiene tu escuela todo lo que necesitas para aprender?”

Respuesta de Mateo: “Sí”.

Pregunta: “¿Está tu escuela equipada, baños limpios, material en buen estado?”

Respuesta de Mateo: “Sí”.

Pregunta: “¿Te golpean y maltratan en tu casa?”

Respuesta de Mateo: “Sí”.

Lo voltee a ver con cara de madre indignada. Él me veía con dulzura y esa sonrisa burlona que le es tan natural. Le pregunté:

“Oye Mateo: ¿por qué pones que te golpean en la casa?”

A lo que me contestó en voz alta, esa que tan dulce le viene de herencia, no diré de donde porque soy muuuuuy prudente:

“¡SÍ! TU DIARIO ME DAS DE SOPAPOS! ¡Y LUEGO JUAN TODO EL TIEMPO ME ESTÁ PEGANDOOOO!”

Por inquietantes tres segundos volteaba yo a todos lados estirando el cuello como hacen los lémures en medio de la sabana africana.

Mi reflejo instintivo fue darle un sopapo por andar echando mentiras. Escuincle cabrón.

Me controlé así como siempre hago y le dije: “Bueno, bueno: vamos a terminar ya, órale”.

Lo terminamos y el “señor” de los lóbulos africanos le indicó que lo echara en la urna. Mi Mateo feliz echó su boleta/encuesta. Regresó y le entintaron su dedo. Me lo enseñó con ese orgullo que solo los niños tienen cuando hacen cosas que solo los grandes hacen. O como medio centenar de pelmazos hicimos en Facebook ese mismo día.

Juan Pedrito muy contento desde la mesa me dice “¡Ya terminé Papi!”. Qué bueno que me dijo porque yo ya ni me acordaba que tenía otro niño haciendo el ejercicio y con esa sonrisa que me enseña todos sus dientes de piraña me lo muestra.

Dibujó un cohete.

Le dije: “¡Muy bien hijito!”

Lo doblamos y lo echamos en la urna correspondiente. Le entintaron su dedo. Él fue orgullosísimo a presumírselo a su héroe Mateo y yo pensé que quizá él fue el que lo hizo menos mal de los tres.

Nos fuimos corriendo de ahí dando las gracias. Macetitas ya sudaba el pobre, pero estoico mi muñeco como es, no se quejó ni un segundo. La Reina Madre no aparecía por lo que 6 llamadas perdidas reglamentarias después contestó que estaba afuera esperándonos.

Me dijo Mateo: “¡Me gustó venir a votar Papi!”. Dijo Juanito: “¡A mí también pá!”. Bebé Macetas seguía con sus cejitas arrugadas y gesto de “No mames ya vámonos”. Y caminamos al carro.

Nos subimos al carro y no pude más que concluir que ni Mateo ni Juan ni yo teníamos ni puta idea de qué hacer en la casilla pero de ahí veníamos. Espero que la Reina Madre sí haya puesto a salvo el honor de la familia. Como siempre, estoy seguro que sí.

Fuimos al Applebee’s. Los Príncipes Mateo y Juan Pedrito comieron Hot Cakes y suficiente tocino como para taparme una arteria solo de verlos. Bebé Macetas también le entró y quedó noqueado de abotagamiento a media comida. Y fue domingo, como cada siete días.

Excepto que no. Porque ganó Pedro Kumamoto.

Héctor Daniel

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