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El blog de Hector Grave

De cine, películas e imbéciles

21 Julio 2016, 14:29pm

Publicado por Hector Grave

La película era un libro abierto, plagada de clichés y todos debíamos de saber a dónde iba. Yo sí sabía. Era absolutamente obvio y aun así me pateó como burro. Vi a James Garner subir a la cama con Gena Rowlands, en pijama los dos, algo muy dulce se dijeron y se entregaron al sueño. Volaron aves encima de un pendejo lago en calma al amanecer. Escuché a varias viejas moquear en la obscuridad de la sala hasta que se me nubló la vista como si trajera unos lentes de fondo de botella de coca cola en los ojos y no pude más que aceptarlo:

Me puse a chillar.

Por supuesto, era "The Notebook".Esa pinche película me marcó porque hasta ese momento, si bien se me habían aflojado los mocos más de alguna vez, yo no había llorado en el puto cine (luego lo volvería a hacer cuando el elefante rosa ese que llora gomitas en la película esa desaparece en pantalla… ese día andaba yo muy pinchi emocional, no me juzguen…)

Mi escena en la sala de cine pasó totalmente inadvertida porque al prenderse las luces unas veinte viejas lloraban como en funeral y sus batos hacían como que eran de acero y las consolaban. Con los ojos hinchados le busqué la mirada a más de algún cabrón pero todos le sacaron. Es como si pensaran que por un momento hubieran sido mujeres y no quisieran aceptarlo. Pinchis gallinas.

El cine es para sensibles

En otra ocasión veía “Hearts In Atlantis”, una película donde un niño con una vida complicada vive días interesantes al lado de su madre y un Señor al que le rentan un cuarto (Anthony Hopkins, de reparto, pero fabuloso) que por una cualidad sobrenatural lo busca quien yo creo es la CIA. El niño ese verano crece: se enamora, besa a una niña, se enfrenta a sus miedos, conoce la amistad, recibe lo más cercano a un padre y se convierte en héroe - por corazón, bondad y sentimiento - en una escena que me pega como ninguna. Bronco Nagurski. Nadie entenderá esta referencia, pero me vale madre. Que entienda el que tenga que entender. Pinchi película la quiero y no la encuentro. Alguien regálemela, no sean gachos.

Antes de “The Notebook” también, casi me suelto como escuincle exactamente al final de “Inteligencia Artificial” porque lo encontré completamente devastador: David solo quería pasar un día cualquiera con su madre, y un día cualquiera a su lado era un día perfecto. Ese día yo creo que lloré para adentro porque regresé las lágrimas del borde de los ojos, algo que hasta ese momento que yo sepa solamente lo había hecho Bob Esponja. Me di cuenta que yo fui el único afectado al prenderse las luces lo que me hizo pensar que seguramente nadie de los asistentes tenía madre.

La única otra película que me llevó ahí fue “My Life” donde Michael Keaton irremediablemente va a morir y le está grabando unos videos a su hijo que todavía no nace como para enseñarle cosas, aconsejarlo y decirle quién era su papá. La película no vale madre, sale Nicole Kidman de adorno, el rollo ese del curandero asiático del alma está tan profundo como trama de episodio de Peppa Pig. Pero Michael Keaton es tan buen actor que cuando acepta que va a morir y “se suelta” en la montaña rusa imaginaria esa yo sentí mucho su muerte. Tampoco lloré, pero estuve a punto (por cierto, creo que fue la última película que vi en VHS. Esto no tiene importancia pero creo que sí fue la última. Dato cultural).

Sé que nadie sabe de qué chingados hablo porque esta película nadie la vio. Puedo decir sin embargo que no pienso verla nunca más, porque ahora que tengo hijos estoy seguro que esa madre me va a sumir en una crisis fílmica de las que obligan a ir por un galón de Häagen-Dazs, ponerle unos M&M’s y tragársela directo del bote. Nunca lo he hecho, pero he visto…

Cuando hablo de esto con la gente me salen con puras idioteces e irremediablemente no conecto. Salen a relucir puras cosas que no vi o que simplemente no tienen la categoría correcta para aflojarme los mocos:

  • Siempre por ejemplo alguien se refiere a la muerte de Mufasa – ajá, el papá de Simba en El Rey León - como un momento terrible y de profundo llanto y tristeza en el cine y todos parecen estar de acuerdo. Yo recuerdo haber estado sentado en la escalera del palco del Chaplin viendo esa escena y pensando lo fantástico que estaba Scar como villano. Esos eran malos y no chingaderas.
  • Alguien luego me dijo que la despedida de E.T. le afloja los mocos una y otra vez. Yo esa madre la vi traducida al español gachupín y cuando E.T. repite un chingo de veces “ET – Teléfono - Mi casa” con acento como de Galicia simplemente te inmunizas contra el llanto.
  • Otro día un pendejo me explicaba lo mucho que lloró y lo marcó ver morir al caballo de Atreyu en “La Historia Sin Fin” y yo lo único que recuerdo es que el pendejo caballo a medio pantano se puso como mula de rancho y ya no quiso caminar. Pos claro. Se hundió.

La sensibilidad supongo simplemente tiene sus momentos y la gente tiene sus momentos y no siempre sincronizan.

Aunque sigo pensando que llorar por la muerte del papá de Simba es una pendejada.

La sabiduría en pantalla

Amo el cine también porque hay sabios venerables, admirados por todos, aunque sean ficción y mentira.

El Señor Miyagi por ejemplo. Jamás he conocido a nadie que me diga “me caga la madre el Señor Miyagi”. Simplemente es imposible, se le tiene que querer. Es mayor, es sabio, templado, disciplinado y muy japonés. Le tiene paciencia y le echa ganas al héroe más nena de los ochentas (Daniel San), hasta convertirlo en alguien capaz de partirle su madre con Karate a los Bullys del rancho ese donde viven. Lo vuelve un hombre luego de ponerlo a encerarle el puto carro doscientas mil veces, a pintarle la cerca con cuatrocientas manos de pintura, a atrapar moscas con palitos chinos. Además le da la seguridad suficiente pa’ que agarrara novia el pobre flacucho, que incidental y obviamente era la novia del patán rival (o su hermanita o aaaaalgo asi muy pinchi directo marca “si andas con ella te voy a partir tu madre” estilo muy Culiacán).

El Señor Miyagi en realidad es una copia de Yoda y Yoda es la representación del venerable maestro, tan antiguo como la cultura y la ficción. Hasta hablan mal inglés los dos. De verlos no adivinas que se trata de la sabiduría encarnada: para Daniel San del rancho ese gringo donde viven y para Luke Skywalker ni más ni menos que de la Galaxia. Luego los conoces y los respetas.

Yoda es en realidad dos personajes. En la trilogía original es viejo, viejísimo, tiene sentido del humor, nos dice lo que es “La Fuerza” y nos quedamos muy satisfechos aunque nadie le entiende ni madres para luego demostrarnos su poder poniéndose serio y sacando una nave espacial levitando del pantano. Cae rendido, exhausto de la vida y no muere sino que “trasciende” (algo que solo he visto que suceda con Obi-Wan y con el Maestro Oogwai). Lo admiras y lo adoras.

En la trilogía nueva Yoda es infinitamente más joven, no sabe absolutamente ni madres, hacen un ejército de clones con fines malvados y ni enterado, TOOOODO el mundo sabía que el tal Anakin tenía “depa de soltero” para meter a la Señorita Amidala (menos él) y camina con bastón pero se convierte en una tortuga ninja en un segundo para PERDER un duelo ni más ni menos que contra Drácula primero y contra el Emperador o lo que sea fuera en ese momento después. Está cabrón. Yo creo que no es el mismo. Este es su hermano gemelo, el menos exitoso de los dos, el pendejo de la familia.

Por otro lado, el Maestro Shifu es otra representación del mismo personaje pero imaginado como alguien que tiene todavía todo por aprender, lo que lo vuelve muy superior a los otros dos. Es más interesante, es más complejo, más humano - aunque sea una pinchi zarigüeya con kimono con la voz de Dustin Hoffman. Lo encuentro fascinante.

Por eso cada que veo la tercera parte de la abominable trilogía de precuelas Star Wars de George Lucas y veo que el Senador-Palpatine-Canciller-Emperador-Sith- Bruja-de-Halloween ese pelea contra Yoda y lo veo volver a perder y darse por vencido, me dan ganas de abuchear a la puta tele:

“¡BUUUUUUU! ¡SAQUENLOOOOO! ¡TRAIGAN AL MAESTRO SHIFUUUU! ¡BUUUUUUU!”

El Maestro Shifu NUNCA se hubiera dado por vencido. Y además hubiera llegado con refuerzos, aunque fueran un pinche buey y un puto cocodrilo con la pésima voz de Jean Claude Van Damme.

La experiencia

Ir al cine parece que está en decadencia porque la gente cada vez quiere tomarse menos molestias para hacer las cosas. Sí, está de poca madre el Neftlix y sí, probablemente Game of Thrones sea la mejor experiencia televisiva de la historia y sea superior a una cantidad tremenda de películas. Pero no es “ir al cine”.

En lo personal no creo que el cine se acabe como medio, pero se irá haciendo más pequeño, más exclusivo, más “especialidad” y menos televisivo en su alcance. Porque la experiencia es única. Pensar en que será sustituido por entretenimiento al instante es como pensar que las máquinas de Nespresso caseras erradicarán los cafés de la esquina. No se trata del café. Se trata de la experiencia, aunque la calidad tenga todo que ver naturalmente.

El cine te permite aislarte de manera sana por un espacio de tiempo del mundo que te rodea. Es pretexto para dejar de pensar y atender un espectáculo entregado. Se descansa. En sus salas se olvida. Se relaja. Se tragan dulces, palomitas, refrescos y golosinas. Se ríe en grupo. Se grita en grupo. Se llora también, en grupo (o solo, si eres el ÚNICO cabrón que entendió “Inteligencia Artificial”).

Cuando yo era niño ir al cine era un verdadero evento. Luego ir al cine con amigos era sinónimo de “ya crecí”. Llevar a una niña al cine luego era como entrar en “ya me gustan las niñas y ya no me da pena aceptarlo”. Besar una niña en el cine era como la graduación.

Todo esto es parte integral de la vida y ojalá hayan sonreído al recordar. Yo lo acabo de hacer.

Ahora que tiene como principal inconveniente que inevitablemente se rodea uno de imbéciles.

El cine es también un ejercicio de tolerancia – o de intolerancia, todo depende – donde nos reunimos todos los tipos de personas posibles. Así, convergen en un mismo lugar:

  • Los que no se pueden callar la boca.
  • Los que cuando mastican siempre parece que están tragando chicharrones salidos de una bolsa de celofán.
  • Los que patean el asiento de enfrente.
  • Los que cada veinte minutos tienen que ir a mear.
  • Los que nomás van a fajar
  • Los muchachos en la edad esa estúpida donde no pueden dejar las patas en el suelo y a huevo las tienen que subir en algún lugar.
  • Los que quisieran siempre silencio sepulcral.
  • Los que no pueden dejar de “whatsappear”.
  • Los que una vez arranados no se quieren ya nunca levantar.

Y así, el destino hace de las suyas y forzosamente terminan sentados unos con los otros en combinaciones insostenibles:

  • Los que patean el asiento de enfrente se sientan atrás de los que una vez arranados NO se quieren levantar.
  • Al lado de estos – pero nunca del lado del pasillo – se sientan los de la vejiga infantil que cada veinte minutos tienen que ir a mear.
  • Los que no se pueden callar la puta boca se sientan atrás de los que quisieran silencio sepulcral y delante de estos los que hasta cuando tragan obleas parece que están tragando chicharrones envueltos en bolsas de celofán.
  • Los que no pueden dejar de “whatsappear” están regados por toda la puta sala, para que las luces de sus pantallas atormenten a todos por igual.

Así se tiene uno que chutar la película. Ni pedo.

Y aunque ya no es un problema en las salas modernas, en mis tiempos los chaparros siempre iban a huevo atrás de los altos y un putero de películas yo las tuve que ver con la cabeza de un cabrón haciéndome sombra, resignado a únicamente ver la pantalla de manera parcial.

¿Y los que nomás van a fajar?

Esos siempre están hasta atrás. Y el que no lo sepa, simple y sencillamente: no ha vivido.

Inviten a alguien hoy al cine.

;)

Héctor Daniel

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